lunes, 24 de enero de 2011

Ocupado...

Ocupado, que ocupo mi atención-conciencia-sensibilidad en o con algo.

E implícitamente, que uno como espacio de atención, ha sido copado, ocupado.

Cuando me paso todo el tiempo ocupado, mi atención-sensibilidad, mi conciencia de ser está pendiente de algo, ya sea de algo externo a mi ser, ya sea de un fragmento que el pensamiento ha etiquetado como importante.

O sea que mi atención reposa "fuera" de la natural sensación de ser.

Y por lo tanto, ajena a la natural alegría de ser que de ella se desprende.

Y al mismo tiempo, al constatar que ya no puedo desenganchar mi atención de algo, pues tengo el hábito de estar siempre ocupado y siempre enganchado con algo, me doy cuenta de que he sido, espacialmente ocupado.

Ya no queda en mi atención nada de esa cualidad espacial que es lo que permite la apreciación de la vida, el contemplar, el observar, el gozo de ver.

Interiormente, hay conflicto, inevitablemente.

Pues el cerebro-pensamiento ha quedado enganchado con algo, y ya no sigue atento al movimiento de la vida, la cual continúa fluyendo, paralelamente y ajena a nuestras ocupaciones mentales.

La vida en mi interior reclama mi atención hacia aquí o allá, pero mi cerebro, administrador en este caso de la atención, la redirige hacia aquello supuestamente importante de lo cual "debo" ocuparme ahora.

A estas alturas, estoy ocupado, re-ocupado, pre-ocupado, fragmentado, etc.

Ya la cualidad del corazón, de nuestra naturaleza original, de nuestra verdadera interioridad no permea más nuestra psiquis.

Ya no sentimos naturalmente desde el simple ser, pues estamos ocupados.

Ocupados, posesos, obsesionados con tener que ocuparnos de algo todo el tiempo, con "aprovechar" el tiempo, con "no perder el tiempo", porque "el tiempo es oro", etc.

Y el tiempo, no es, en los hechos, algo ajeno a la vida, pues es nuestro vivir desplegándose en el tiempo.

O sea, que si miramos atentamente, fríamente, objetivamente, constataremos que, salvo por pequeños períodos o momentos, en general nos hemos pasado la vida ocupados mentalmente, siempre detrás de algo.

Nunca, o casi nunca, nuestra atención descansa en su interioridad.

Nunca, por tanto, o casi nunca, nuestra atención está empapada, embebida, de la cualidad de nuestra interioridad, de la cualidad cordial.

Atendemos a "nuestros asuntos", ya sean éstos los propios sentimientos o ideas, o algo que debo realizar externamente, con una atención fragmentaria, no cordial, des-centrada, extranjerizada.

Atendemos no desde lo que somos, sino desde las ideas sobre lo que nos ocupa; o sea, desde las ideas-creencias por las que somos ocupados.

De modo que nuestra constante ocupación, nuestro hábito de "tener que estar todo el tiempo ocupados con algo", es en realidad, nuestro escudo, nuestra muralla contra la natural e incausada alegría de ser.

Contra la alegría de simplemente ser.

Contra la cualidad o el sentir natural del corazón.

Contra el vivir sensible; sensible para con la vida, para con nosotros, para con todo.


¿Ha probado alguna vez atender desde o con el corazón?

¿Ha probado alguna vez a permitir que la cualidad sensible de la atención, eso que llamamos el corazón, se extienda por todo su ser?

¿Ha probado alguna vez atender a la vida, incluyendo a las ocupaciones, pero hacerlo desde el corazón, desde el sentir, desde esa cualidad interior y no solamente desde el restrictivo pensar sobre...?

¿Ha probado alguna vez a descansar su atención en la región del corazón, sin concentrarse, sin resistirse, y permitir que dicha cualidad vuelva a ocupar, a recuperar cada centímetro de su ser, incluídos sus sentidos, su cerebro, su pensar, su ser todo?

¿Ha probado alguna vez a dejar de resistirse, y permitir que el corazón florezca?

¿Ha probado alguna vez a sonreir desde el corazón?






R.

martes, 18 de enero de 2011

El "yo" es un movimiento que yo hago con el pensamiento.

Todo el problema psicológico, su raíz, es el casi constante sentimiento de carencia, de incompletitud, de no totalidad, el cual es el común denominador de nuestras vidas, y merced al cual emprendemos casi todo lo que emprendemos, con la esperanza de poder erradicar de nosotros dicho sentir.

Es el motivador de nuestra búsqueda, que es siempre la búsqueda de la completitud "perdida", del perdido sentido de totalidad, de plenitud.

No importa el nombre que le pongamos: felicidad, realización, liberación, dios, iluminación, éxito, y una larga lista de etcs.

La diferencia está en la palabra usada, y en las imágenes asociadas a dicha palabra.

Creemos que buscamos la riqueza material, a dios, la pareja perfecta, la comprensión última, etc, pero esto no es así.

En el sentido de que no buscamos esas cosas por si mismas, sino por lo que suponemos que pueden proveernos, que pueden devolvernos, a saber: el sentido de completitud, de ser un todo en unidad, con todos y con el todo.

O sea que todas esas cosas son, en realidad, un medio, que en nuestra fantasía, una vez alcanzadas, nos van a proveer a nosotros, a "yo", o sea, al sujeto de dicha historia mental o psicológica, del tan ansiado sentido de totalidad permanente.

Si, permanente; por que si no, ni siquiera valdría la pena buscarlo con tanto afán.

Si dura lo que un fósforo, no vale la pena invertir en ello tanta leña.

Al menos ese es el consenso popular.

Por supuesto, que en realidad, dichos objetos, ya sean éstos físicos o mentales, no tienen ni han tenido jamás la menor chance de devolvernos a dicho "estado permanente".

¿Cómo lo sé?

Es simple.

Primero, el sentido de plenitud no es un estado, es la conciencia del todo que somos, la cual se mantiene independientemente del estado por el cual estemos atravesando.

Y segundo, porque no existen "estados permanentes".
Todo estado es, por definiciòn y naturaleza, impermanente, evanescente.

Como una ola; aparentemente es, pero sólo mientras dura.

Todos los estados suceden en mi como un todo que los contiene, tal cual las olas suceden en-el-mar; no al-mar.

Todo estado emerge en mi, alcanza naturalmente el apogeo de su intensidad en mi, y se disuelve en mi, sin dejar en mi rastro o modificación alguna de mi pleno sentido de ser el todo que soy.

Esto hasta la intervención del pensamiento.

Pensamiento que no es "otro" pensando en mi, sino yo mismo pensando, pero tomando los pensamientos como si de objetos reales así percibidos se tratase.

Al pensar sobre "mi situación" interior (que soy yo mismo sintiéndome así o asá), lo hago etiquetando el como me siento a mi mismo con una etiqueta correspondiente al sentimiento o la emoción tal o cual, y luego me etiqueto a mi como un "yo" distinto de como me siento a mi mismo!!!

Como un "yo" distinto de como me siento, que debe "hacer algo" con ese sentimiento.

Como si el sentimiento fuese algo separado de mi, y no un movimiento en la corriente anímica de mi ser (lo cual realmente es).

Así, si el sentimiento es placentero, "tengo que hacer algo para retenerlo"; y si por el contrario, fuese doloroso, o por lo menos molesto, "tengo que hacer algo para sacármelo".

Y ésta es la desdicha, el conflicto interior, la fragmentación interior en la cual se esfuma toda nuestra vitalidad; la división interior mediante la cual somos expulsados del paraíso de la unidad, del sentido de totalidad, de plenitud.

Estigma con el cual cargamos toda nuestra existencia, mientras buscamos en los objetos o en los estados, encontrar aquello que lo subsane y haga desaparecer de nuestra conciencia.

En la inmensa mayoría de los casos, se vive "en la esperanza" y se muere "en la esperanza", amargado, frustrado, como sin terminar de entender o asumir que la vida "ya" ha pasado.


No parecemos darnos cuenta de que la fragmentación está en el enfoque, en el movimiento equivocado de la atención a través del pensamiento conceptual, y no en la naturaleza de la realidad.

Sino en la "realidad" interior creada por nosotros mismos al asumir como válida la división del "yo" y el "no-yo", del "yo" y "tal sentimiento" como si fuesen dos cosas distintas o separadas; dos objetos distintos.

Y no parezco darme cuenta que éste es el único y sólo conflicto, asuma la forma que asuma.

Y este conflicto, no es algo ajeno a mi: soy yo pensando sobre mi mismo en términos de un "yo" como entidad separada de lo que siento.

En la medida en que mi atención queda enganchada con uno de estos fragmentos, de estas etiquetas, no estoy ya viendo, sintiendo, viviendo desde mi totalidad de ser; desde la totalidad que es siempre inafectada en su cualidad de totalidad o unidad, en la medida en que no se identifica a si misma mental o conceptualmente como un fragmento llamado "yo", en oposición o contraposición a otro fragmento llamado "el sentimiento tal".

¿Existen realmente en mi interior "yo" y el como me siento?

O ¿"yo" no existe, no es más que una abstracción, y lo único real es el como me siento?

Lo único que existe es el como me siento en este momento, y no soy distinto ni separado de ello; jamás.

La dualidad es pues, una fantasía.

Soy esa totalidad, esa integralidad, que en este momento se siente como se siente.

Y punto.

Y al verlo, cesa espontáneamente, sin que tenga que hacer nada para ello, todo sentimiento de conflicto o fragmentación interior.

NO SOY DISTINTO O SEPARADO DE COMO SEA QUE ME SIENTA.

Ver esto, es estar para siempre libres del conflicto.

Entonces la vida se torna muy simple.

No necesariamente fácil, sino simple.

En mi imaginación identifico al imaginario "yo" con algo, con una meta, y así, me paso el resto de la vida tratando infructuosamente de alcanzar tal o cual cosa que me va a dar un "estado permanente de plenitud".

Pero jamás veo la falsedad del conflicto interior que trato de suprimir alcanzando una meta, llámese ésta unidad, iluminación, dios, realización, liberación, éxito, ser millonario, etc.

Y mientras ese sentido de conflicto, de división interior no sea visto como la falsedad que es, entonces no hay ni habrá jamás ni la más remota posibilidad de "volver a sentirme completo", nunca.

Ese "yo" con el que fantaseo, no es algo estático, sino que es siempre un movimiento de oposición, de resistencia, de separación, de distanciamiento, de "escape" de como sea que me sienta hacia el mundo de la fantasía.

Aún cuando siento placer.

El "yo" es la fantasía de retenerlo, de prolongar dicho placer más allá de su duración natural, de hacerlo "permanente".

Es un constante identificarse con un pensamiento en oposición al fluir natural de la vida en uno, al fluir de lo que es.

El "yo" es en si mismo la concretización de la voluntad de separación, de no-comunión con la realidad, de no-comunión con la vida.

Y no es algo que "me pasa"; soy yo pensando.

Pensando: "dios", "camino", "iluminación", "felicidad", "paz interior", "amor", "riqueza", etc, etc, etc.

Y enganchando mi atención a ello como si de objetos reales se tratase, objetos que contuvieran en si ese "estado de placer permanente" que supongo es la plenitud, sin siquiera darme cuenta que dichos objetos portadores de placer permanente no existen; no son más que yo pensando, conceptualizando, y escapándole así con mi atención al sentirme como me siento.

O sea, escapándole a la única puerta a la totalidad que soy.


Eso de lo cual quiero escapar, ¿es algo distinto de mi; o lo que se siente así soy yo?


¿Este conflicto es algo distinto de mi; o el conflicto soy yo pensándome distinto de como me siento, de lo que interiormente es?


Y este reducido y mentalmente inventado, este restringido y carente sentido de "yo-separado", de "yo-objeto" con las cualidades contrarias u opuestas a como sea que me sienta, es el corsé de mi atención, de la atención, de la sensibilidad natural.

Es lo que hace que la atención administrada por el cerebro se focalice en el obtener el objeto de placer, y evitar los objetos de dolor.

Así el vivir se ve reducido a un foco.

Se vive desde un foco, tratando de no sentir nada de lo que pasa por fuera del mismo.

Foco regido por la idea mental referente a "yo" con la cual he identificado al "yo" como un "yo así y asá".

Desde allí se vive, en conflicto, resistiendo, concentradamente, constreñidamente, en franca oposición al movimiento totalitario y totalizador, al movimiento unitario de la vida.

Fantaseando con "algún día" alcanzar la plenitud de la "felicidad", del "amor", de la "iluminación", el "estado de advaita o no-dualidad", etc.

Sobreviviendo desde el foco de nuestra condicionada identificación mental.

Desde el reducto miserable de nuestro insignificante "yo" aislado.

Y en la "esperanza" de que ello algún día, por suerte, azar, esfuerzo, o lo que sea, llegue a cambiar.

Pero sin jamás detenernos a mirar, a cuestionar la realidad o irrealidad de ese supuesto "yo", contrario a como nos sentimos, que creemos ser.

Sin cuestionar la realidad de ese "yo-buscador" que asumimos ser.

Hasta el día en que ya el cuerpo, el cerebro, desgastado por el eterno conflicto, con el corazón ajado, deja de funcionar.









R.