Aceptar o no aceptar lo que es, no modifica por si mismo lo que es.
Pero modifica mi estar frente a lo que es, mi relaciòn con lo que es, o sea, còmo me siento y me relaciono con lo que es; en definitva, mi vivir, que es mi vida.
Que no somos omnipotentes no es una novedad, aunque para muchos a veces parezca serlo.
Lo que cambia, cambia cuando lo hace; ni antes ni despuès.
Y lo hace hacia donde lo hace, y en ningùn otro sentido, en ninguna otra direcciòn.
Pero nuestra necia creencia de que algo deberìa cambiar cuando nosotros lo deseamos, y en la direcciòn que nosotros creemos es "la que deberìa ser", o "la que es la mejor", no es màs que delirio.
Delirio de que alquien puede ser de un modo que no siente ser.
Delirio de que bajo presiòn, por imposiciòn, podemos hacer que la realidad de lo que es, se modifique a nuestro antojo.
Delirio de que por convencimiento, amenaza o promesa de recompensa puedo hacer que alguien se de cuenta de algo que no se da cuenta.
Delirio de director de orquesta universal.
Delirio de que el universo necesita que "yo" dirija y controle el fluìr de la vida.
Delirio de que realmente tal cosa es posible!
Delirio de que la mente puede hacer que el corazòn sienta lo que a ella se le antoje, y suplantar con sus deseos, caprichos, prejuicios y "conveniencias" el sentir original del ser.
En fin: delirio de omnipotencia.
Pues ademàs, el poder sòlo sirve para eso; para imponer-se.
O sea, ponerse sobre.
Sobre lo real, sobre lo que es, pretendiendo que si lo hago, lo real va a cambiar.
Externamente, hay unas pocas cosas que puedo hacer para modificar algo, y no siempre.
Es muy poco.
Internamente, nada.
Siento como siento, y punto.
Le guste a quien lo guste, incluyendome a mi mismo.
Siento como siento, y no puedo elegir, decidir "què hacer".
"¿Què hago?, ¿sentirè asì como siento o no?"
Simplemente no funciona de ese modo.
No es que no te quiera dar lo que tù me pides, es que yo ni siquiera soy mìo!
O como decìan antiguamente, el corazòn es de dios.
Darse cuenta del corazòn, genera espontàneamente una acciòn cordial, un vivir cordial.
No darse cuenta del corazòn genera incordios.
In-cordis; sin corazòn, o sea, sin SENTIDO.
Y darse cuenta del corazòn no es el producto de ningùn hacer; sucede espontàneamente cuando puedo entrar en comuniòn con el sentir del momento, cualquiera èste sea.
O sea, cuando acepto lo que soy, lo que siento, lo que me pasa, sin juzgarlo ni calificarlo.
Cuando puedo estar en incondicional comuniòn en mi interior, en comuniòn "conmigo mismo".
O sea, cuando no hay ninguna "distancia" mental, psicològica, entre "yo" y "conmigo".
Sòlo en paz, en comuniòn, se ve.
Con calma, sensibilidad, lucidez.
Y como hay comuniòn en el corazòn, lo visto, sea èsto lo que sea, es visto desde el afecto, desde el corazòn, y por tanto, no hay sufrimiento.
El sufrimiento subsiste sòlo en tanto se perpetùe el conflicto entre mi sentir y mi idea de còmo me "deberìa de sentir" en relaciòn a algo o alguien.
La aceptaciòn es el final del sufrimiento.
Es renunciar a seguir luchando por imponer e imponerse.
Es rendirse, que es rendirse-a-ser sin importar el cambio o no cambio de las circunstancias externas.
Es dejar de acudir al esfuerzo, la lucha y la imposiciòn como estrategias de vida, de relacionamiento, tanto con uno mismo como con los demàs y el mundo todo.
Aùn y màs allà de que uno sea aceptado por los demàs o no.
Rendirse al hecho incontrastable e ineludible de que siento como siento, independientemente de lo que sea, y que por tanto lo que sea puede ser o cambiar como sea que se le venga en gana; mi sentir es mi sentir, y ello es lo que marca mi vivir.
Sòlo asì puede haber paz en mi vivir.
¿ Puedo aceptar que X me rechaza ?
Y si la respuesta es no:
¿ Puedo aceptar entonces que yo rechazo a X ?
Todo lo demàs, es accesorio, y en la mayorìa de los casos, innecesario.
Palabras y gestos vacìos.
Vacìos de corazòn, vacìos de sentido.
Despertar al propio corazòn, al propio SENTIR o SENTIDO DE SER, a nuestra VERDAD INTERIOR.
Èse, es el final del sufrimiento.
Èsa es la ùnica y verdadera liberaciòn.
R.