jueves, 8 de julio de 2010

Lo que usted es - la ùltima medicina -

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Usted no es un estado.

Usted no es ninguno de los cambios que usted experimenta o percibe en usted.

Usted no es una condiciòn particular, un estado en particular.

Por eso es por lo que el tratar de aferrarse a un estado como fuente de bienestar y plenitud es una pèrdida de tiempo y energìa.

Primero, porque ningùn estado en particular le puede contener a usted en toda su incondicionada inmensidad.

Y segundo, porque ningùn estado es permanente, por lo cual, aùn el estado màs exaltado que usted lograra experimentar, està indefectìblemente condenado a cambiar, a dejar de ser, a terminar.

Usted es un no-estado.

Usted es esa espaciosidad sensible, en la cual los estados se suceden, en interminable e indetenible procesiòn.

Y si usted piensa que porque se encuentra en un estado calificado por usted de negativo, entonces debe tratar de alcanzar un estado positivo para salir de ello, està en un error.

Es màs, està en el mismo error que lo llevò a estar donde està.

Sigue subido en la misma calecita.

Es el aferrarse, el identificarse, el apegarse a un estado en particular, resistièndo asì al fluìr incesante de los estados, lo que hace que uno sufra por la ausencia de èse estado en particular con el cual se està mentalmente identificado.

Y todos sus esfuerzos por cambiar, o por no cambiar, son exàctamente lo mismo: resistir al cambio o impermanencia natural referente a cualquier estado, tratando desesperadamente de controlar dicho flujo, de dirigir la corriente hacia el charcho o compartimento estanco en el cual le gustarìa pasarse el resto de su vida.

Asì, uno va en busca de teorìas, creencias, tècnicas, mètodos, maestros, magos, gurùes, curanderos, sacerdotes, polìticos, psicòlogos, psiquiatras, brujos, o lo que sea que prometa curarme de como me siento, generàndome del modo que sea, otro estado; un estado que sea màs placentero que èste en el cual me encuentro ahora.

Y luego una vez màs, el tratar de luchar, para intentar (infructuòsamente, claro està) permanecer en dicho estado.

¿Cuàl es la buena noticia en todo esto?

Que no es necesario cambiar nada.

Basta darse cuenta de que uno no es ni se hallarà jamàs a si mismo en ningùn estado, para que este darse cuenta cambie nuestra relaciòn con los estados que sea que se sucedan en nuestro vivir.

Es este darse cuenta el que nos sana de padecer por ningùn estado.

Asì, lo importante, es no identificarse con ningùn estado.

Todo se realiza igualmente, pero sin la falsa nociòn de que soy un "yo" que se siente asì y no asà (un "yo que soy solamente tal estado").

Las cosas suceden, los estados suceden, y ni uno ni otro nos pertenece.

Asì, la inteligencia de esa sensibilidad, de ese darse cuenta responde en cada circunstancia, sin necesidad de plantearse ser el autor de nada de lo que sucede.

Sin tener por què identificarse con ningùn hacer o suceder en particular.

Podrà a veces haber dolor, pero ya no màs sufrimiento.

Darse cuenta que uno no es ningùn estado que deba alcanzarse, o que pueda perderse, o que deba recuperarse, etc.

Darse cuenta de ser ese no-estado.

Èsa es la ùltima medicina.






R.

¿Tener una personalidad o ser un personaje?

Debo comenzar por un lugar comùn, que no por comùn es calibrado en su justa medida.

Persona no es lo que soy; persona es màscara.

El disfraz social, el meta-programa amalgamador de roles.

Como partes constituyentes de la misma, son incluìdos todos los roles que a este organismo en particular le toca desempeñar, de la particular forma que cada ser lo hace, con esa conjunciòn de condicionamiento socio-cultural e impronta original que se da en cada uno.

La personalidad es el programa administrador, el filtro social, la auto-imàgen.

La vestimenta del ser en su accionar social.

Pero no es el Ser.

No es lo que Soy.

Es una imàgen màs o menos compleja con la que nos vestimos para relacionarnos dentro de las pautas sociales que a nuestra cultura le son propias.

El rol, es funciòn.

Funciòn que es reclamada en el momento por las circunstancias, y cuya existencia obedece o serìa saludable obedeciera, tan sòlo al requerimiento de las mismas.

Dentro del funcionalismo particular de cada rol que desempeñamos (padre, madre, hijo, estudiante, trabajador, amigo, pareja, etc) estàn comprendidos tanto el condicionamiento o experiencia relacionado con esa àrea del vivir, asì como la capacidad de darse cuenta y responder creativamente, inherentes èstas ùltimas cualidades al ser en si, al que viste la màscara.

En el rol de nuestra profesiòn, por ejemplo, estàn contenidos todos aquellos conocimientos que nuestro cerebro ha sido capaz de reunir y organizar en torno a dicha temàtica.

Asì, al asumir dicho rol, este conocimiento deviene automàticamente disponible, como parte de los recursos con que cuento para responder al reto que las circunstancias me plantèen, dentro de esa àrea especìfica del conocimiento y el vivir humano.

Y si me mantengo sin identificarme con ningùn rol en particular, con ninguna imàgen, con ninguna màscara, entonces se conservan la fluidez y la flexibilidad necesarias para que podamos hacer uso de dicho condicionamiento, sin ser esclavos del mismo.

Sin ser esclavos del conocimiento, de la experiencia, de la apariencia, de la imàgen, del rol, de la màscara.

Es la obsesiòn con el rol, con la màscara, lo que hace que la asumamos como si èste fuera nuestro verdadero ser.

Asì nos convertimos de Ser-incondicionado que tiene una personalidad en si, en personaje, de una historia mental.

El error, claro està, es creer que uno es la persona, la màscara.

La personalidad està en uno, pero lo que uno es jamàs està en ella.

O dicho de otro modo, el conocimiento tiene su lugar y su utilidad en nuestro vivir, pero jamàs puede encerrar o contener lo que somos.

Es pertinente en las àreas tècnicas del vivir, en arreglo a cuestiones materiales especìficas, pero no aplica en relaciòn al ser, a lo sensible, a lo interior.

O sea, que el conocimiento, en el relacionamiento humano, no sòlo no es de utilidad, sino que de hecho, es un obstàculo para la real comunicaciòn, para la comuniòn.

Es un filtro que nos impide vernos y ver a nuestros semejantes tal y como son, en èse momento ùnico e incomparable de su vivir.

Sòlo cuando ese conocimiento es dejado absolùtamente de lado, cuando ya no ocupa, o mejor dijèramos, cuando ya no usurpa el centro, el corazòn de nuestro ser, es cuando lo real que somos puede fluìr, manifestarse en el relacionamiento que es el vivir.

Sigue habiendo condicionamiento, conocimiento en uno, pero èste no condiciona nuestro SENTIR.

Entonces sigue habiendo persona, pero no personaje.

La persona està en uno, con todo el bagaje de conocimiento, experiencia y condicionamiento que le es propio, pero sòlo aflora en los momentos en que las circunstancias le requieren, y luego vuelve inmediatamente a disolverse, a sumergirse, a diluìrse en el silencio, en la fuente de la cual proviene.

Queda asì en su justo lugar, en el cual el conocimiento està a nuestro servicio, al servicio del vivir humano, y no al revès.

Es la misma vida que conocemos, la vida comùn, pero sin ninguna imàgen de referencia para ser; sin obsesiòn por la persona, por la imàgen, la etiqueta, la apariencia.

Cada rol se lleva a cabo en su momento y lugar, como en una danza en la cual el bailarìn va cambiando su tocado, pero sin jamàs verse atrapado o congelado en ningùn ropaje especìfico.

Cada acciòn es llevada a su plenitud, a su cenit; y al no dotarla artificialmente de continuidad mediante la identificaciòn con un rol, èsta naturalmente cesa, muere, en el instante mismo en que las circunstancias ya no le requieren.

Se es, entonces, de instante en instante, floreciendo, y marchitàndose, y renaciendo, vistièndose y desvistièndose a cada paso, sin màs referencia que lo que el corazòn en el momento nos demanda.

Sin ninguna referencia al tiempo, al pasado pisado, ni a ningùn futuro proyectado.

Sin nada, sin ningùn filtro o distancia entre su latir y el mìo.

Èsta es una vida con corazòn.

La ùnica vida que vale ser vivida.

Cièrtamente que hay otras formas de vivir, pero siendo francos, una vida sin corazòn no merece ser llamada vida.






R.