jueves, 8 de julio de 2010

¿Tener una personalidad o ser un personaje?

Debo comenzar por un lugar comùn, que no por comùn es calibrado en su justa medida.

Persona no es lo que soy; persona es màscara.

El disfraz social, el meta-programa amalgamador de roles.

Como partes constituyentes de la misma, son incluìdos todos los roles que a este organismo en particular le toca desempeñar, de la particular forma que cada ser lo hace, con esa conjunciòn de condicionamiento socio-cultural e impronta original que se da en cada uno.

La personalidad es el programa administrador, el filtro social, la auto-imàgen.

La vestimenta del ser en su accionar social.

Pero no es el Ser.

No es lo que Soy.

Es una imàgen màs o menos compleja con la que nos vestimos para relacionarnos dentro de las pautas sociales que a nuestra cultura le son propias.

El rol, es funciòn.

Funciòn que es reclamada en el momento por las circunstancias, y cuya existencia obedece o serìa saludable obedeciera, tan sòlo al requerimiento de las mismas.

Dentro del funcionalismo particular de cada rol que desempeñamos (padre, madre, hijo, estudiante, trabajador, amigo, pareja, etc) estàn comprendidos tanto el condicionamiento o experiencia relacionado con esa àrea del vivir, asì como la capacidad de darse cuenta y responder creativamente, inherentes èstas ùltimas cualidades al ser en si, al que viste la màscara.

En el rol de nuestra profesiòn, por ejemplo, estàn contenidos todos aquellos conocimientos que nuestro cerebro ha sido capaz de reunir y organizar en torno a dicha temàtica.

Asì, al asumir dicho rol, este conocimiento deviene automàticamente disponible, como parte de los recursos con que cuento para responder al reto que las circunstancias me plantèen, dentro de esa àrea especìfica del conocimiento y el vivir humano.

Y si me mantengo sin identificarme con ningùn rol en particular, con ninguna imàgen, con ninguna màscara, entonces se conservan la fluidez y la flexibilidad necesarias para que podamos hacer uso de dicho condicionamiento, sin ser esclavos del mismo.

Sin ser esclavos del conocimiento, de la experiencia, de la apariencia, de la imàgen, del rol, de la màscara.

Es la obsesiòn con el rol, con la màscara, lo que hace que la asumamos como si èste fuera nuestro verdadero ser.

Asì nos convertimos de Ser-incondicionado que tiene una personalidad en si, en personaje, de una historia mental.

El error, claro està, es creer que uno es la persona, la màscara.

La personalidad està en uno, pero lo que uno es jamàs està en ella.

O dicho de otro modo, el conocimiento tiene su lugar y su utilidad en nuestro vivir, pero jamàs puede encerrar o contener lo que somos.

Es pertinente en las àreas tècnicas del vivir, en arreglo a cuestiones materiales especìficas, pero no aplica en relaciòn al ser, a lo sensible, a lo interior.

O sea, que el conocimiento, en el relacionamiento humano, no sòlo no es de utilidad, sino que de hecho, es un obstàculo para la real comunicaciòn, para la comuniòn.

Es un filtro que nos impide vernos y ver a nuestros semejantes tal y como son, en èse momento ùnico e incomparable de su vivir.

Sòlo cuando ese conocimiento es dejado absolùtamente de lado, cuando ya no ocupa, o mejor dijèramos, cuando ya no usurpa el centro, el corazòn de nuestro ser, es cuando lo real que somos puede fluìr, manifestarse en el relacionamiento que es el vivir.

Sigue habiendo condicionamiento, conocimiento en uno, pero èste no condiciona nuestro SENTIR.

Entonces sigue habiendo persona, pero no personaje.

La persona està en uno, con todo el bagaje de conocimiento, experiencia y condicionamiento que le es propio, pero sòlo aflora en los momentos en que las circunstancias le requieren, y luego vuelve inmediatamente a disolverse, a sumergirse, a diluìrse en el silencio, en la fuente de la cual proviene.

Queda asì en su justo lugar, en el cual el conocimiento està a nuestro servicio, al servicio del vivir humano, y no al revès.

Es la misma vida que conocemos, la vida comùn, pero sin ninguna imàgen de referencia para ser; sin obsesiòn por la persona, por la imàgen, la etiqueta, la apariencia.

Cada rol se lleva a cabo en su momento y lugar, como en una danza en la cual el bailarìn va cambiando su tocado, pero sin jamàs verse atrapado o congelado en ningùn ropaje especìfico.

Cada acciòn es llevada a su plenitud, a su cenit; y al no dotarla artificialmente de continuidad mediante la identificaciòn con un rol, èsta naturalmente cesa, muere, en el instante mismo en que las circunstancias ya no le requieren.

Se es, entonces, de instante en instante, floreciendo, y marchitàndose, y renaciendo, vistièndose y desvistièndose a cada paso, sin màs referencia que lo que el corazòn en el momento nos demanda.

Sin ninguna referencia al tiempo, al pasado pisado, ni a ningùn futuro proyectado.

Sin nada, sin ningùn filtro o distancia entre su latir y el mìo.

Èsta es una vida con corazòn.

La ùnica vida que vale ser vivida.

Cièrtamente que hay otras formas de vivir, pero siendo francos, una vida sin corazòn no merece ser llamada vida.






R.

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