viernes, 7 de enero de 2011

Más allá del pensamiento.

Cualquier cosa que los demás piensen que soy no es lo que soy, es tan sólo un pensamiento sobre lo que soy, sobre mis apariencias de ser.

Cualquier cosa que yo mismo piense que soy no es lo que soy, es tan sólo un pensamiento sobre lo que soy, sobre mis apariencias de ser.

Y mientras que un pensamiento, una etiqueta, es algo estático, congelado, muerto, lo que sea que yo soy es algo vivo, se mueve, cambia de momento a momento, sin dejar por ello de ser si mismo.

Pero eso que esencialmente soy, no es definible, objetivable, pensable.

El pensamiento sólo puede señalarlo, no describirlo.

Pues el pensamiento no procede del ser, sino del mundo.

Es foráneo, es exterior, extranjero a nuestro ser, a lo que somos esencialmente.

Es adquirido.

Dado a nosotros por la sociedad, la cultura, por el mundo tal cual este era en el momento de nuestra aparición en escena.

El pensamiento es la resultante del conocimiento y la experiencia de la humanidad, o sea, de los que vivieron antes que yo.

Habla, en todo caso, de como ellos percibieron el mundo, no de mi.

Habla en realidad, de un concenso sobre lo que es; concenso del cual los que me enseñaron "como es el mundo" participaron de él.

Pero el pensamiento, ningún pensamiento es mío.

Mío, propio de mi-ser.

Inherente a mi ser.

Ningún pensamiento puede abarcar, contener, o rozar siquiera aquello que soy.

Lo que pueden, más o menos ser señaladas por el pensamiento, son las apariencias que las particularidades de ser toman en un momento dado al manifestarse.

Como por ejemplo, que hoy de mañana tenía ganas de caminar, y que por la tarde tenía ganas de echarme a dormir.

Pero eso no quiere decir que soy-enérgico, ni que soy-perezoso.

Así mismo, puedo ser calificado según mi color de piel, el país de nacimiento de este cuerpo, el idioma que hablo, la filiación política, el club de fútbol al cual tengo particular simpatía, las particularidades culturales de la sociedad del lugar donde habitualmente resido, la profesión con la cual gano mi sustendo, la clase social dentro de la cual soy enmarcado por algún sociólogo, el clán social en el cual nací, la religión dominante en la región que habito, o cualquier otra característica de la historia personal.

Todo ello, sin duda, constituye el material que puede efectívamente ser señalado por el pensamiento.

Así mismo, todos aquellos hábitos o elementos más o menos constantes en mi vida.

Pero aún así, nada de eso dice lo que soy.

Todas esas cosas que el pensamiento señala son las apariencias que esta vida que soy toma en un momento determinado, y nada más.

En otras palabras, son todas características superficiales.

Y son por supuesto, las que nos distinguen, las que nos diferencian unos de otros.

Pero lo que en esencia soy, o somos, ¿puede ser pensado?

¿Puede el pensamiento, que es el resultado del tiempo, la experiencia, la memoria, y por lo tanto el conocimiento limitado, aún por más amplio que este conocimiento puedira ser, puede el pensamiento tocar aquello que no se repite, que está vivo, que palpita y se manifiesta de modo único e irrepetible en cada quien en cada momento de la vida?

¿Puede el archivo de lo muerto, de la memoria, contactar con aquello que está vivo, siendo en este momento de un modo que jamás antes fue? ¿de un modo que no está registrado en la memoria?

Algunos pretenden describir los estados interiores por los cuales atravesamos habitualmente, y confunden esto con ser un "yo", estático, imaginariamente permanente, constante, contínuo, al cual los estados le ocurren "a él".

Y esa es en sí la más grande mentira, la más grande falacia del pensamiento.

La de que "yo" y "lo mío", o sea "yo" y "mis estados", somos dos cosas distintas y separadas.

No hay tal cosa como "yo" y "la ira", "yo que soy pacífico" y "la ira que me atacó en un momento".

"La ira", soy en realidad, yo.

Soy yo sintiéndome así a mi.

No "yo que tengo ira", no "yo y mi ira": yo soy la ira.

No como un concepto estático sobre "yo".

Sino que interiormente, no hay jamás diferencia o separación entre uno mismo,y la cualidad o el sentimiento de como uno siente en el momento en que uno se está observando ser.

Ése es el falso conflicto, creado, alimentado y sostenido por el pensamiento.

El de que "yo" y "mis sentimientos" somos dos cosas distintas, y "yo" debo "hacer algo" con ellos.

Esto es una conciencia dividida contra si misma.

Una conciencia fragmentada por la acción "etiquetante" del pensamiento.

Y el resultado es una vida de conflicto, indignidad, y desgracia.

De falta de integridad, de regateo interior por ser y esperanza de algún día llegar a ser; una vida de una constante miseria interior.

Como la etiqueta "yo" y la etiqueta "tal sentimiento" son distintas y conceptualmente (o sea en fantasía) mutuamente excluyentes, el cerebro asume que "yo" y "mis sentimientos" somos dos cosas distintas y separadas.

Observar en uno el absurdo, la falsedad de semejante propuesta, es el fin absoluto del conflicto en uno.

El fin de la división, de la fragmentación.

Y dichos sentimientos, cualesquiera que estos sean, no son jamás la propiedad particular de un ser, sino que son comunes a todo el género humano.

No son por tanto, características únicas, como para poder tazar en base a ellas una distinción y decir que "yo soy alguien que siente tristeza", y por tanto soy distinto de X "que es alguien que siente rabia".

Todos los seres humanos somos, esencialmente, lo mismo.

Las diferencias son totalmente superficiales.

Cada uno de nosotros es, esencialmente, la misma humanidad; la única humanidad.

O sea que interiormente no sólo no soy separable de como sea que me sienta, y ello está vivo, está cambiando de momento en momento, sino que además, no soy esencialmente distinguible o separable de ningún otro ser humano que exista, o haya existido, o pueda llegar a existir jamás.

Interiormente, no soy un individuo separado.

O más aún, no soy un individuo, no existe interiormente tal cosa.

Interiormente, NO SOY DISTINTO DE NADIE.

Todas las diferencias, todo lo que el pensamiento puede señalar en uno como distinto de otro, no son más que características superficiales.

Pensamiento que es la forma que el ser humano ha creado para medir, cuantificar, direnciar, designar, y así comunicarse.

Pensamiento que es de hechura humana.

Como todos los conceptos creados por el pensar.

Pero lo que soy no es un concepto; no se deja atrapar en la red del pensar.

Y no es de hechura humana.

No hay ningún pensamiento o etiqueta que sea particularmente "mío", propio de mi ser, de mi esencia.

El pensamiento no puede jamás decirme quien soy, ni que o quien es nadie.

El pensamiento sólo puede hablar de lo superficial, de la apariencia.

No del ser.

El pensamiento, aplicado a lo interno, sólo es fuente de confusión, de conflicto, de división, de fragmenteación.

Y no es por tanto la herramienta que podrá ayudarme a "lidiar" conmigo, ni con mis relaciones o problemas vivos, humanos.

El pensamiento no es la herramienta para lidiar con lo interior.

Sólo la observación sin la interferencia del pensamiento conceptual, el lúcido sentir de la vida en uno, es el único medio válido para vivir verdaderamente.





No soy jamás distindo de como sea que me sienta.

No soy distinto de nadie.

Ningún pensamiento es "mío".

Nunca podrá el pensamiento decirme quien son ni quien es nadie; jamás.





Darse cuenta de esto, es estar más allá del pensamiento.










R.

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