La espiritualidad, toda la cosa en si, su esencia, no tiene ninguna relación con la religión organizada, ni con un código de conducta, ni con ningún manual, método o técnica para llegar a ser: ser salvo, ser iluminado, ser realizado, ser sabio, ser jesús, ser buda, ser..., etc.
No tiene ninguna relación con el celibato y la neurosis por represión sexual, ni tampoco tiene relación alguna con la así llamada "vía alkímica del tantra", lo cual es un rebuscamiento un tanto patético para solteronas deprimidas y púberes sexuales, independientemente de su edad.
No guarda la más mínima relación con ninguna clase de tratamiento ritualístico, ni con secretos de ningún tipo, ya sean de los "celosamente guardados", ni de los "revelados".
Y fundamentalmente, no tiene que ver con ningún hacer humano, ya sea propio, bajo el formato de "seguidor", "buscador", "adepto", "discìpulo", "estudioso",etc; ni tampoco con el hacer de otro ser humano sobre uno, ya sea que este adopte el disfraz de "maestro", "gurù", "guía", "sacerdote", "monje", "místico", "iluminado", "despierto", "auto-realizado", etc, etc, etc.
Y por si esto fuera poco, la espiritualidad tampoco es el fruto de ninguna reflexiòn, experiencia, comprensión, insight, epifanìa, revelación, meditación, purificación, transmutación, elevación, evolución, revolución, cambio, mejora, o culminación terapéutica, etc.
Todo el meollo, la quintaesencia de lo espiritual, radica en un sólo punto, a saber: el sentido de ser.
Este sentido de ser siempre presente, aún durante el sueño profundo sin sueños.
Este sentido de ser siempre accesible para cada quien, sin importar las condiciones o el estado en que uno se encuentre.
Este sentido de ser, que asociado mentalmente a alguna condición con la cual uno se identifica, queda parcialmente "velado" tras dicha asociación mental, y en consecuencia queda velada también dentro del mismo, la alegría de vivir, el natural contento que es "parte" indisoluble de la misma esencia de existir.
Identificarse con algo, es adjudicarle mentalmente a ese algo, el ser el "contenedor" de la propia alegría de ser, de la propia plenitud de ser.
El ser no se pierde, no se puede perder, pues es uno mismo.
La alegría de ser tampoco, pues esta es inherente al ser, al existir.
Pero queda velada en la propia conciencia de ser, ahora condicionada en su expresión por las condiciones con las cuales uno mismo se auto-identificó.
Descubrir la falsedad de dichas creencias condicionantes, es recuperar nuestra verdadera conciencia de ser, nuestro real sentido de ser, nuestra naturaleza original.
Y viceversa; investigar y así darse cuenta de la verdadera naturaleza de este nuestro natural sentido de ser, es devenir des-identificado de todo lo que erróneamente, por ignorancia, habíamos asumido como verdadero de nosotros mismos hasta este momento.
De una u otra manera, nuestro sentido de ser se ve desvinculado de toda condición para ser, de toda asociación a cualidad mundana o temporal alguna del tipo que sea.
Brilla entonces lo real por su propia esencia.
Por su propia naturaleza, ilimitada, atemporal, espiritual, inexplicable.
Y ello transforma sin esfuerzo ni disciplina de ningún tipo, la total cualidad de nuestro vivir.
En esto consiste la verdadera espiritualidad.
R.
No hay comentarios:
Publicar un comentario