miércoles, 27 de octubre de 2010

Ni maestro, ni salvador, ni gurù.

El maestro no puede enseñar si el alumno no tiene verdadera sed, verdadero interès para indagar, para cuestionar, para poner a prueba los modelos, las palabras que supuestamente señalan a lo real.

Si hay verdadero interès y seriedad, verdadera sed, entonces no hace falta maestro alguno, pues la honestidad y el discernimiento llevados a la pràctica son suficientes para iluminar la propia oscuridad.

Si no lo hay, todo, maestro incluìdo, no es para mi màs que una distracciòn, un entretenimiento superficial, pero no estoy dispuesto a cuestionar la mentira que me mantiene en la oscuridad.


Si yo no me salvo de mi mismo, de la creencias erradas que tengo sobre mi, sobre la vida, sobre los demàs, ¿quièn me va a salvar?

No importa quien se materialice delante mio para señalarme què, si yo internamente no estoy dispuesto a ver.

Podràn seguir vinièndo salvadores, hablàndo hasta que se les caiga la lengua, y seguiremos como hasta ahora, sin escuchar.

Repitièndo sus palabras, deformàndolas, idolatràndolos, pero sin jamàs mirar, sin jamàs asumir la responsabilidad de nuestro propio interior, de nosotros mismos, de nuestro intransferible vivir.

Y por eso nada va a cambiar.


Y podràn seguir aparecièndo gurùes.

Da la tradiciòn tal o cual.

Reconocidos como tales por el maestro tal y cual.

Gurù, el que disipa la ilusiòn de la falsa oposiciòn, de la falsa dualidad.

Otra ilusiòn màs.

Nadie puede disipar nada por uno.

No en el propio interior.

A lo sumo se puede señalar.

Pero es uno que mira o no mira.

Mira y ve.

O no mira, mira sin ganas, repitièndo lo que le dijeron que repita, pero sin ver nada de aquello sobre lo que habla.

Aquello que ha asumido o no que es asì, pero que jamàs ha saboreado por si mismo.



Sòlo la inteligencia, que es sensibilidad y discernimiento son el ùnico y verdadero gurù.

El ùnico y verdadero maestro interior, el ùnico salvador de esta humanidad llamada yo mismo.


El gurù no es alguien.

El ùnico y verdadero gurù es la vida misma, hablàndome desde mi propio corazòn.

Y si no puedo escuchar al corazòn que es la vida hablàndome a mi a travès de mi, entonces soy sordo, ciego y necio, no importa a cuantos "maestros, salvadores y gurùes" yo lea o vaya a escuchar.


Y si escucho al corazòn, ¿a quièn màs necesito escuchar para librarme de la identificaciòn con lo que no soy?

Y si escucho a quien sea y a lo que sea, a la vida como sea que esta se presente ante mi, escuchàndo desde el corazòn, con el corazòn, ¿entonces para què habrìa de necesitar que otro me dijera lo que es verdadero o falso para mi, lo que corresponde o no con el sentir verdadero de mi propio corazòn?


Y lo que llamo mi corazòn, no es, ni màs ni menos, que el particular latir de la vida en mi.

Es el corazòn del ùnico latiendo en mi.

Es la voz de la verdad en mi interior.

El maestro interior, el ùnico salvador, el gurù supremo.

Todo lo demàs es idolatrìa, insensatez y distorsiòn.


Cada quien lleva en si su propio maestro, su propio gurù, su propio salvador.

No hay entonces nadie que no tenga o necesite de que OTRO lo amaestre.

El rico y el pobre, el instruìdo y el ignorante, el tosco y el refinado, todos tienen su maestro en su propia conciencia de ser, en su mismo interior.



No hay necesidad de buscar afuera lo que abunda en el propio ser.

Ni hay nada que se pueda encontrar afuera sino lo encuentro en mi mismo ser primero.

Y si lo encuentro en mi, ¿para què salir a buscar lo que ya se tiene?


Cada quien es su propio maestro, su propio alumno, su propio gurù, su propio discìpulo, su propio salvador, su propio elegido.

Tan sòlo hay que estar dispuesto a escuchar al propio corazòn, a la voz de la inteligencia, de la sensibilidad, del discernimiento, de la compasiòn.

Estar dispuesto a escuchar-se, y a tener el coraje de obedecer-se.








R.

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